Quizás parece excesiva esta etapa de 42 kilómetros, pero se puede hacer. Estamos en Castilla-León y las llanuras son evidentes. El camino suele estar en buenas condiciones aunque llueva o haya llovido días atrás. Salir temprano es una obligación más que una opción. Si lo tomamos con calma, podremos llegar en cuestión de 10 horas. Si las paradas son necesarias, se hacen. Tomar algo por el camino en algún bar, comer suave y hacer una parada para café antes de llegar a Castrojeriz, es conveniente. No nos espera nadie ni tenemos una cita con el doctor, así que tranquilamente y disfrutando del paisaje, llegaremos a destino en condiciones.
La salida de Burgos, tras el desayuno, la realicé sobre las 7,30 y hasta Tardajos, que son unos 10 kilómetros, no paré.
La siguiente parada la hice en Hornillos del Camino y más tarde en Hontanas. Era la hora de comer, pero el pincho de tortilla que me tomé en Tardajos me dejó bastante saciada, por lo que la comida la simplifiqué con un solo plato.
A escasos 11 kilómetros de llegar a Castojeriz ya notaba el cansancio en mis piernas. Gracias a la ayuda de los palos y la música se camina más ligero pero la monotonía del camino y el paisaje hace que se eternice la etapa. Cuando faltaban ya escasos kilómetros nos desvían hacia la carretera. La entrada a Castrojeriz vuelve a dar la sensación de no llegar nunca. Es curioso encontrar una edificación en ruinas en medio de la carretera y pasar bajo unos arcos de lo que debió ser un Convento:
«Después de traspasar el arco de triunfo que semeja el esqueleto del convento, abordamos la recta de más de dos kilómetros que nos planta en Castrojeriz, última villa burgalesa en el Camino de Santiago. Se esparce en forma de media luna a las faldas de un cerro que domina un primitivo castillo. Lo primero que nos sale al paso es la ex colegiata gótica de la Virgen del Manzano. Más adelante se gira para tomar la calle Real de Oriente y descubrir un casco de casas blasonadas y arquitectura tradicional. Pronto pasamos, a mano derecha, la iglesia de Santo Domingo, gótica y con una elegante portada plateresca del XVI. Como curiosidad, en el lateral que asoma a la calle hay un par de calaveras esculpidas. El desnivel culmina en la plaza Mayor, dotada de soportales donde tomar un respiro».

Y por fin, entro en Castrojeriz. Tengo hambre nuevamente, así que paro a saludar al hombre que regenta el Bar-Hostal EL MANZANO, ya que le conocí en la anterior vez (2015) que hice esta misma etapa y me ilustró a cerca de la población en la que vuelvo a dormir hoy.
Ya me quedan escasos metros para llegar a uno de los lugares con más encanto que he tenido el privilegio de conocer. Pertenece a una familia catalana y las personas que lo regentan son amables y atentas con los peregrinos que nos alojamos allí.
Hotel EMBEBED POSADAS (clicar en el Hotel para entrar en su página web).
Me han sorprendido con cambios a mi llegada. Podré cenar aquí mismo. Disfrutar del lugar es una delicia.
Por la tarde aún he tenido tiempo de pasear un poco por los alrededores, aunque el paseo ha sido hasta el bar de enfrente donde, curiosamente, he charlado con lugareños, gente que vive aquí todo el año y el dueño del bar que recientemente ha sido papá. También he conocido a Pablo, un chico de 22 años que anda a la velocidad del rayo y hace el peregrinaje para «conocerse así mismo». Entre todos los tertulianos hemos arreglado el mundo en una tarde. Cosas del camino¡…….
Como dato curioso que me han contado en esta tertulia improvisada, Castrojeriz tiene la calle más larga de todo el Camino de Santiago Francés en Castilla-León por donde pasamos los peregrinos andando.
Regresé al Emebed a tiempo para cenar. La cena que me sirvieron estaba deliciosa y muy elaborada. Una crema de verduras y un segundo suave a base de pollo y un delicioso acompañamiento. De postre, y eso que no pido nunca, un pastel-bombón de chocolate negro irresistible. Extraordinaria sorpresa al poder cenar tranquilamente, junto a otros peregrinos en el magnífico comedor del Hotel.
Los detalles decorativos son impresionantes y me llamó la atención el cochecito antiguo de bebé que hay junto a uno de los ventanales de este salón-comedor.
Salir a tomar una copa o el café (descafeinado), después de la cena en la terraza que tienen junto al comedor es sensacional y observar la vista y «la tormenta», algo refrescante:
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